En la Argentina de hoy, donde el debate político es constante y las tensiones sociales nos interpelan a diario, a menudo nos preguntamos sobre el rumbo de nuestra nación.
¿Qué significa ser un país libre, soberano e independiente en el siglo XXI? La respuesta, quizás, no reside solo en las noticias de último momento, sino en la memoria viva de una semana que, hace 214 años, cimentó los pilares de nuestra existencia. El 25 de mayo no es un mero feriado; es la culminación de un proceso que nos legó la capacidad inalienable de decidir nuestro propio destino. En aquel 1810, el escenario era de incertidumbre y oportunidad. España, invadida por Napoleón, se desmoronaba, y la noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla dejó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros sin el pilar que sostenía su autoridad. Los criollos, esa incipiente clase dirigente que anhelaba un rol protagónico, vieron la fisura. Pero no fue un golpe de suerte, sino una cadena de acciones decididas que, día a día, forjaron el cambio.Todo comenzó el 19 de mayo, cuando la audacia de Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano, con su "pedido" al virrey, dio el primer "click" hacia la autodeterminación. Un día después, el 20 de mayo, la intransigencia de Cisneros se topó con la firmeza criolla, recordándonos que el poder nunca cede sin resistencia. El 21 de mayo, la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) se convirtió en un hervidero. Los "chisperos", con sus cintas blancas como primer distintivo de unidad, tomaron las calles y exigieron el fin del antiguo régimen. Su presión fue el eco de una voluntad innegociable, un claro antecedente de la fuerza de la movilización ciudadana que hoy vemos en nuestras calles y redes sociales.
Y llegamos al 22 de mayo, la fecha que, para muchos historiadores, marca el verdadero punto de inflexión. Fue el Cabildo Abierto, esa asamblea extraordinaria, donde la ciudadanía notable de Buenos Aires debatió, con la historia como testigo, el futuro del Virreinato. Allí, la voz de Juan José Castelli resonó con la idea revolucionaria de que, ante el vacío de poder, la soberanía retornaba al pueblo. Y Cornelio Saavedra, con la pragmática firmeza del líder, sentenció lo que ya era un clamor: "No queremos seguir la suerte de la España... hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos." Este debate, con su votación decisiva, fue la bisagra, el verdadero pulso de la voluntad popular que abrió el camino a un gobierno propio.
El 23 de mayo fue el día de la confirmación formal. Se realizó el recuento oficial de los votos del Cabildo Abierto, ratificando la destitución de Cisneros por un contundente 70% de los sufragios. Aunque no hubo grandes discursos, esta jornada selló la voluntad popular, dejando claro que el virrey había sido apartado y que un Cabildo Gobernador provisorio asumiría el mando. Fue la ratificación burocrática de una decisión ya tomada en la calle y en el debate.
La efervescencia no cesó. El 24 de mayo, el intento de una junta "mixta" con Cisneros como presidente fue violentamente rechazado por la calle. La presión popular fue tal que Saavedra y Castelli tuvieron que renunciar a esa efímera conformación. Fue entonces cuando Manuel Belgrano, con el fuego de la convicción, juró a la patria que, "si el Virrey no era derrocado, lo derribaría con sus propias armas." Este ultimátum marcó el punto de no retorno: la Revolución no aceptaría medias tintas.
Así, el 25 de mayo no fue una fecha aislada, sino la culminación natural de una semana de estrategias, presiones y renuncias innegociables. Esa mañana, bajo la atenta mirada de una Plaza de Mayo que hervía, se designó la Primera Junta de Gobierno, íntegramente criolla. Con Cornelio Saavedra como presidente, y figuras como Mariano Moreno, Juan José Paso, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Matheu, Juan Larrea y Manuel Alberti, el virrey Cisneros fue destituido y los representantes del pueblo asumieron el mando.
La persistencia de una lluvia histórica que, se dice, marcó aquel 25 de mayo, es una de esas "casualidades" que hoy le dan un matiz poético a un hecho de profunda relevancia política. Es una imagen de la perseverancia, de la fuerza de una voluntad popular que, contra viento y marea, logró el cambio.¿Qué nos dice esta historia hoy? Nos enseña que la capacidad de la ciudadanía para influir en el destino de la nación sigue siendo un factor fundamental. Así como aquellos próceres, con su firmeza y visión, desafiaron el poder establecido, hoy, las redes sociales y las calles son espacios donde el debate y la exigencia ciudadana resuenan con una fuerza que puede moldear el presente. La historia lejana no es solo un relato; es un manual de instrucción. Es el recordatorio constante de que nuestra libertad y soberanía no son un regalo, sino una conquista diaria, fruto de la valentía y la determinación de quienes nos precedieron. En cada voto, en cada debate, en cada demanda por un país mejor, resuena aquel primer "click" hacia la independencia, que nos permite vivir como vivimos: libres, soberanos e independientes