Jesús entra en Jerusalén aclamado como Rey, pero no con la pompa y el esplendor de un monarca terrenal. No hay caballos ni ejército, sino un humilde asno. No lleva una corona de oro, sino que pronto llevará una de espinas. La multitud grita su nombre, lo exalta, pero en pocos días esos mismos labios clamarán: "¡Crucifícalo!". Es fácil alabar a Dios cuando todo va bien, cuando nuestras expectativas se cumplen, cuando no hay pruebas ni sufrimiento. Pero ¿qué sucede cuando la vida nos confronta con la cruz?
Jesús nos muestra que su reino no es de este mundo, que su victoria no es la del poder sino la del amor que se entrega. Su entrada triunfal es un anticipo de la Pasión: ha venido a reinar, pero su trono será la cruz. Hoy, el Señor nos invita a preguntarnos: ¿soy un discípulo fiel o un seguidor de emociones? ¿Estoy dispuesto a caminar con Él hasta el Calvario o solo lo alabo cuando todo marcha bien? Que esta Semana Santa nos ayude a renovar nuestro compromiso de seguir a Jesús con un corazón sincero y firme.
Oración:
Señor, quiero alabarte no solo con mis palabras, sino con mi vida. Ayúdame a serte fiel en todo momento, especialmente cuando el camino se vuelva difícil.